El riesgoso y desesperado negocio de los buitres del cobre en Venezuela
Decenas de delincuentes arrasan con miles de metros de cableado de telefonía e Internet en toda Venezuela. Otros han muerto tratando de hurtar cables de alta tensión.
El burro, gris, flaco, impaciente, tira con fuerza de la carreta para acercarse a la zona enmontada a un costado de la Circunvalación 3 de Maracaibo, capital del estado occidental de Zulia, Venezuela.
El sol del mediodía de este miércoles de octubre resplandece hasta incomodar. Escuece. La temperatura roza los 36 grados centígrados.
El animal, desaforado, come entre la basura. Su dueño hurga con la mirada entre matorrales y suciedad.
«¡Shhh! ¡Quieto!», le regaña Rafael, desde debajo de la lona que sirve de techo del vehículo rústico. Es un hombre de 31 años, larguirucho. Marisela, su esposa de raza wayuu, es su copiloto.
Son rapiñas de metales y materiales sintéticos: procuran envases de plástico y cualquier desecho de lata, aluminio o hierro pesado para revenderlos en las chatarreras de La Cañada de Urdaneta, San Francisco y zonas del centro, oeste y sur de Maracaibo.
«Burreros» como ellos peregrinan en fila hacia las chatarreras. Ganan entre 30 mil y 50 mil bolívares al día (entre US$3 y US$5). Hay jornadas pésimas, como hoy, cuando la parte trasera de la carreta de Rafael está casi desierta.
Su venta no superará los 15 mil bolívares, menos de lo que cuesta un kilo de arroz o harina de maíz en los mercados y abastos de Venezuela. Tendrá que hacer malabares para alimentar a sus cuatro hijas, su suegra, su abuelo y su pareja.
Les era más sencillo holgar su presupuesto hace algunas semanas. Entonces, participaban del festín de moda entre los chatarreros: la venta ilegal de cobre.
Secreto de la ruralidad
El cobre es versátil, de bajo costo, altamente conductor de electricidad. Puede recomponerse fácilmente con calor y tratamiento físico.
Es una aleación sin producción en un país millonario en petróleo, metales preciosos y no preciosos. Por ello es objeto de codicia en tiempos de crisis, explica Jorge Vílchez, experto en canalizaciones eléctricas y profesor de la Facultad de Ingeniería Eléctrica de LUZ.
Su tenencia y aprovechamiento están prohibidos al venezolano de a pie. El Estado se ha reservado su uso por el decreto presidencial 2.795 del 2016 y otros tantos de este año.
Es, junto al aluminio, el hierro, el bronce, el acero y cualquier otra chatarra ferrosa, «material estratégico y vital» para el desarrollo de servicios de telecomunicaciones, agua, electricidad, industria y explotación petrolera.
Y lo roban a raudales en cualquiera de sus presentaciones.
Solo el hierro y el acero se pagan más caros en mercados clandestinos, pero el cobre está a la mano. Cuesta 25 mil bolívares por kilo en el mercado nacional (US$2,5) y hasta 50 dólares en poblados fronterizos con Colombia.
Rafael promete ante Marisela que ni siquiera el hambre le llevará de nuevo a picar una nevera, un televisor, un ventilador, un aire acondicionado o un reproductor de DVD para quemar sus partes y extraer el cobre.
Un par de policías le sorprendieron el mes pasado incinerando unas bobinas en un monte en la vía hacia La Cañada.
«Me quitaron la enredadera de cobre y 8.000 bolívares que había hecho de la chatarra. Ya no agarro nada de eso. Si nos agarran, me quitan la plata, la carreta, voy preso».
La compra-venta de cobre sigue activa en el secretismo de esas ruralidades, admite.
«Todavía compran. Si uno no les lleva, ellos mismos, los chatarreros, te llaman».
Buitres del metal
El negocio de minerales es furtivo, depredador.
Decen as de delincuentes arrasan con miles de metros de cableado de telefonía e Internet en toda Venezuela.
Cantv, la principal compañía telefónica del país, propiedad del Estado, reportó en septiembre la detención de 113 personas implicadas en esos crímenes. La empresa dijo haber recuperado dos kilómetros de cable.
Rixio Arrieta, secretario general del sindicato de trabajadores de la telefónica, afirma que 90 % de los sectores del estado Zulia se han quedado sin servicio. Giovanny Villalobos, secretario regional de Gobierno, ubica la afectación en apenas 35 %.
Los «buitres» del cobre buscan su premio en antenas de telecomunicaciones, postes del alumbrado público y subestaciones eléctricas. El Gobierno detalló que criminales se han apoderado de 19 mil metros de cables del servicio de luz en toda Venezuela.
La cacería roza lo increíble. Han desaparecido hasta las tapas de las alcantarillas, bustos y estatuas de personajes históricos en plazas y calles de ciudades como Maracaibo.
En agosto, desconocidos hurtaron una puerta de tres metros, enchapada en cobre, de una oficina de documentación abandonada.
Del liceo José María Antúnez se llevaron una noche diplomas de reconocimientos y trofeos deportivos: los ladrones creían que eran hechos del metal más buscado.
Corrupción o sabotaje
Biagio Parisi, secretario de Seguridad del estado Zulia, concluye que el tráfico de cobre exhibe niveles y frecuencias similares al robo de vehículos y el narcotráfico. También es abono de corrupción.
«Es un negocio muy grande y lucrativo. Con eso tienen para pagarles (sobornos) a policías, militares y a quienes quieran», admitió el comisario en una entrevista reciente con el diario Versión Final.
El presidente Nicolás Maduro, el vicepresidente Tarek El Aissami y su ministro de Electricidad, Carlos Motta Domínguez, encabezan desde hace semanas la guerra al contrabando de cobre y materiales estratégicos.
Acusan a los patrones políticos de la oposición de estar tras el sabotaje.
«Estoy seguro de que estos conspiradores deben estar vinculados a mafias contrabandistas, de narcotraficantes, es decir, a la Mesa de la Unidad Democrática (oposición)», dijo el jefe del Estado durante la transmisión del programa Los Domingos Con Maduro, sosteniendo en sus manos un grueso cable de cobre cortado.
Así cueste la vida
Bocaranda y Huelva -los policías zulianos tienen la manía de identificarse solo con sus apellidos, cual detectives de las series populares de televisión- recibieron una llamada de alerta a las 2 de la madrugada del 13 de setiembre, mientras patrullaban la carretera entre los municipios San Francisco y La Cañada de Urdaneta.
Rober Fernández, de 25 años, y Francisco Javier Robles Navarro, de 33, habían trepado una antena de telefonía móvil de 80 metros en la avenida 48.
La autoridad llegó en menos de un minuto. Francisco se rindió casi de inmediato. Rober escaló hasta la punta sin ánimos de descender. Tardó cuatro horas en entregarse. Sollozaba.
«Eso es a cada ratico. Ahí te asomas y ves los cables picados», cuenta Bocaranda, indignado, culpando a los residentes de las trillas de arena y ranchos que circundan la zona.
Robar cables en Venezuela es un delito generalmente nocturno. Una piqueta, una cizalla o un cuchillo de magnífico filo son insumo suficiente. Se necesitan dos cortes: uno en cada extremo del alambre. Y saber escalar.
Cuarenta personas han muerto por descargas eléctricas cuando intentaban hurtar cables de alta tensión, informó el ministro Carlos Motta Domínguez.
Roberto Carlos Ríos, un vigilante de 47 años, fue uno.
Su cadáver, atado a una soga que él mismo instaló, quedó pendiendo en agosto a la mitad de una torre de transmisión de energía en el barrio Guaicaipuro de Maracaibo. Se electrocutó seccionando el término de una guaya de alta tensión.
Sus vecinos lo excusaron. Su familia pasaba hambre y necesidad desde abril, adujeron.
«No se compra», pero sí
Las chatarreras legales de la vía a la Cañada de Urdaneta únicamente procesan plástico, latas, hierro pesado. Nada prohibido. Lo apuntan en sus portones y paredes.
«No se compra cobre», se lee en avisos gigantescos.
Los empleados rechazan la satanización de sus oficios.
Jimmy Parra, quien ha dedicado sus últimos 40 años a la chatarrería, se alista para comer su almuerzo en un recipiente de anime blanco. Antes, reivindica su labor para poder enviar materia prima a empresas del Estado o compañías extranjeras.
«Esa prohibición ha sido fatal. Eso del cobre no lo va a acabar nadie. Nos tienen prensados por el cuello».
Decenas de personas llegan a sus puertas para venderles el metal prohibido.
«Entran como mil carros todos los días», exagera, con gracia, uno de los chatarreros.
Se devuelven en cuanto ojean los rótulos de advertencia en la entrada.
Siempre habrá alguien quien les compre la mercancía en la zona. A la calladita.
Negocio prudente
Un letrero vertical, de fondo negro y letras amarillas sobresale erguido en la calle principal del barrio Cañada Honda, al sureste de Maracaibo. También se reedita en la pared de la casa-taller de José Castellanos, de 67 años.
El mensaje provoca con un servicio desterrado: «Compramos cobre».
«Me pidieron 100 mil bolívares para pintar el anuncio. Preferí dejarlo así», dice sereno, sentado en una silla roja de plástico en su porche.
Debe explicarlo a cada rato a los agentes del Servicio Bolivariano de Inteligencia, la policía y fuerzas militares que tocan su puerta para exigirle respeto a la ley.
El negocio era popular en la comunidad hasta hace tres meses.
«Esto estaba full de tiendas de lado y lado. Había mucha competencia».
La vecindad ahora solo ofrece servicios de reparación de puertas, sistemas mecánicos y cerraduras. Hay caucheras y ventas de repuestos por doquier.
Pero la policía está atenta ante los reportes de que la industria clandestina del cobre tiene su cénit en esta barriada de calles angostas. En agosto, hubo dos detenciones.
Ciudadanos de clases media y baja aún se acercan para rebuscarse ofreciendo el cobre escondido en las entrañas de colchones, ventiladores, cables, cargadores en desuso, piezas de aire, televisores y neveras, confirmaron a BBC Mundo vecinos y fuentes policiales.
Un septuagenario pintoresco -viste chaleco verde sin mangas, jean juvenil y un reloj fluorescente- lo admite mientras espera transporte público frente a un frigorífico.
«Muchos se esconden porque les ponen mano dura», revela, simulando la colocación de esposas en ambas muñecas.
En los recovecos de Cañada Honda, lugareños dan direcciones de dónde se pueden vender materiales ferrosos.
-Frente a la alfarería. Cualquiera te compra.
-Pero si allí solo hay talleres y servicios para puertas.
Así se anuncian.
Fuente: elcomercio.pe