Artículos Técnicos

El padre de la ingeniería eléctrica

En el actual barrio Londinense de Marylebone, un inmigrante francés llamado George Riebau contrata como repartidor para su negocio de libros y encuadernación a un joven que a los 13 años presentaba dificultades para leer y escribir. El empleo no requería que supiera leer, se limitaba a deambular en la vecindad, que él conocía bien. Al señor Riebau le complació el carácter de este joven y pronto lo ascendió a aprendiz de encuadernador. Este nuevo trabajo fue una gran oportunidad, ya que lo estimuló no sólo para que se familiarizara con el exterior de los libros, sino con su interior: su habilidad, seriedad y trabajo excepcional le garantizarían éxito en esta profesión en el futuro. La encuadernación fue una de las pocas artesanías que había sobrevivido a la Revolución Industrial, ya que requería una concentración mental y una destreza manual que ninguna máquina y muy pocas personas podían llevar a cabo.

Durante los siete años que duró este contrato, el joven aprendiz, se encontró permanentemente rodeado de libros, pero a diferencia de los otros aprendices, que sólo los encuadernaban, él los leía. Así, a pesar de su corta educación formal, pudo instruirse en diversos temas. Y su natural curiosidad se manifestó en que los libros que más atención le llamaban eran los libros de ciencia. El taller de Riebau se convirtió en su aula, biblioteca y laboratorio; y sus libros, en sus maestros.

A principios del siglo XIX, el horario normal de trabajo de un encuadernador era a partir de las 6 a.m. a las 6 p. m., con horas extraordinarias durante los períodos de mayor afluencia. A pesar de esto, encontró el tiempo y la energía después del trabajo para leer algunos de los volúmenes que encuadernó. También aprendió dibujo y perspectiva de John James Masquerier, un retratista de cierta importancia que había huido del París revolucionario y se había refugiado bajo el techo de Riebau.

Tal vez fue destino, o casualidad, lo que hizo que en 1810 al joven le tocara encuadernar, y por ende leer también, un ejemplar de la edición de 1797 de la Encyclopaedia Britannica. En la página 127 encontró la entrada referida a la electricidad, que mencionaba las más actuales discusiones de la época.

Para ese momento, hacia tan solo una década que se había descubierto la forma de producir corriente el eléctrica en forma controlada y continua, con la famosa pila del científico italiano Alessandro Volta, en 1798.

Previo a este descubrimiento, existía el “generador electrostático”. Este generador al francés Charles de Coulomb para estudiar las interacciones entre cargas eléctricas y formular su famosa ley, la Ley de Coulomb, en el año 1785.

Mientras leía y disfrutaba los libros que caían en sus manos, se sentía frustrado por no contar con el dinero que le permitiera pagar la entrada a las conferencias que se ofrecían en la Real Sociedad (Royal Society) y en particular las que daba Humphry Davy, el famoso químico y director de la sociedad antes mencionada.

En la Inglaterra de esa época, no había una remuneración económica para quienes se dedicaban a la ciencia, de modo que los únicos que podían hacerlo eran gente rica. Riebau simpatizó tanto con aquel deseo que tenía su aprendiz de superarse, que cedió a su ruego de habilitar un pequeño laboratorio dentro de las instalaciones del taller. Así fue como este joven pudo realizar experimentos que leía en los libros y anotar cuidadosamente los resultados en un pequeño diario.

En 1810, ante la imposibilidad de pagar la asistencia a las conferencias que le interesaban, se unió a un grupo de discusión formado por jóvenes trabajadores que aspiraban a mejorar su situación en la vida. Todos los miércoles a las ocho de la noche, con permiso de su jefe Riebau, dejaba su trabajo y caminaba a la casa de un maestro de ciencia llamado John Tatum. En estas reuniones, ya fuera Tatum o bien alguno de los asistentes daba una charla sobre algún tema de su elección. Siempre curioso, escuchaba con atención y tomaba notas con cuidado. Tenía planeado encuadernar todas sus notas para formar un libro una vez que terminaran las clases. Cuando fue su turno, habló de la electricidad y obtuvo una cálida respuesta de sus compañeros.

En algún momento, un hombre llamado Dance Junr, que era miembro de la Royal Society, entró en la librería… y también en la vida de Faraday. Durante su última visita había encontrado el libro que había elaborado con las notas sobre las conferencias de su profesor Tatum e, interesado en él, Junr se lo solicitó en préstamo a Riebau. Al cabo de unas semanas, admirado por el trabajo que leyó, volvió a la librería para devolverle personalmente su libro, acompañado de un regalo: cuatro entradas a las conferencias que impartiría en la Real Sociedad el famoso Humphry Davy.

Así, el día de la primera conferencia, asistió muy emocionado, y, llegada la hora, apareció Davy, que fue recibido con aplausos. Éste asombró a la audiencia con su legendario talento y fantásticas demostraciones; relumbraban los productos químicos, fluía la electricidad, y él, en medio de todo ese espectáculo, tomaba y tomaba notas, a las que añadía ilustraciones, de tal forma que, al término de esa primera conferencia, había llenado decenas de páginas.

En aquel entonces, para un joven de tan solo 20 años Michael Faraday, esta experiencia iba a ser el principio de una revolucionaria carrera científica.

Se dedicó entonces a recrear muchos de sus experimentos en su laboratorio improvisado, y a investigar en los temas que le interesaban a Davy. Día a día pensaba en las ventajas de tener un laboratorio de verdad, y pensaba con anhelo en la Royal Institution. A medida que se acercaba el final de su período de aprendiz de Ribeau, Faraday sólo podía pensar en la ciencia como carrera. Esto motivó a que le escribiera una carta a Joseph Banks, el presidente de la Royal Society (otra institución científica, más antigua, dedicada al estudio de las ciencias naturales) y fundador de la Royal Institution, pidiendo trabajo de científico en ese lugar. Carta que, por más que esperara, no tuvo respuesta.

En octubre, tras finalizar el contrato de 7 años de aprendiz y de muy mala gana, comenzó a trabajar para Henri de la Roche, cuya encuadernación estaba en King Street, a poca distancia de su anterior trabajo. Riebau, que probablemente lo había recomendado para el lugar, comentó que estaba recibiendo «un Guinea y media por semana, lo que creo que es un salario muy justo para un joven que acaba de salir de su tiempo». Pero en octubre, Faraday escribió desconsolado a un amigo: «[Yo] ahora estoy trabajando en mi antiguo oficio, del que deseo dejar en la primera oportunidad que me sea conveniente».

A pesar del descontento de Faraday, parece que la calidad de su trabajo no sufrió. De la Roche, dándose cuenta de que su nuevo oficial era capaz y trabajador, le hizo una generosa oferta: «No tengo ningún hijo, y si te quedas conmigo, tendrás todo lo que tengo cuando me vaya». Era una oferta que a la mayoría de los jóvenes de origen humilde les habría resultado imposible rechazar, pero la mente de Faraday estaba puesta en otras cosas. Al no haber logrado ganar el interés de Sir Joseph Banks en la Royal Society, Faraday ahora aspiraba a una entrevista con Sir Humphry Davy en la Royal Institution.

O Riebau, o William Dance, sugirieron que le enviara sus notas encuadernadas de las conferencias de Davy, lo que Faraday hizo hacia fines de diciembre. Davy quedó impresionado, al parecer tanto por la calidad de las notas como de la encuadernación, y se ofreció a verlo en enero de 1813. Uno sólo puede imaginarse la emoción de Faraday ante la perspectiva de una entrevista con uno de los hombres de ciencia más eminentes del mundo. país.

Pero en lugar de ofrecerle un trabajo, Davy le recomendó ‘Prestar atención a la encuadernación del libro’, prometiendo darle el trabajo de la Institución y, como beneficio adicional, cualquier trabajo de encuadernación que quisiera que lo hiciera él mismo. Esto era lo último que Faraday quería escuchar: en ese momento debió sentirse condenado a ser encuadernador por el resto de su vida.

Aunque las cosas iban a cambiar muy rápidamente. A mediados de febrero, William Payne, asistente de laboratorio de la Royal Institution, se vio envuelto en una pelea con otro empleado y fue despedido de inmediato. El 1 de marzo, Davy recomendó a Faraday a los gerentes de la Royal Institution y fue debidamente nombrado en lugar de Payne. El salario, de £ 1 y 5 shillings por semana, era menor de lo que le pagaba De la Roche, pero tenía el modesto beneficio de dos habitaciones, gratuitas, en la parte superior del edificio de la Royal Institution. También estaba el beneficio inconmensurable de que, por fin, estaba trabajando en el campo en el que había puesto su corazón.

En otro artículo abarcaremos el inicio de Faraday en un mundo científico profesional y como Napoleón Bonaparte entre otros, tuvo contacto y ayudo a desarrollar a este brillante e influyente científico, con una filosofía de vida que mantuvo desde sus orígenes, y una pasión y una forma de sentir la ciencia pocas veces vista. No por algo queda registrado en uno de sus diarios su frase:

“Nada es demasiado fantástico para ser verdad, si es consistente con las leyes de la naturaleza”.

Fuente: energiro

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